27.8.10

El Bosque

Tiempo atrás, yo era vecino de un médico, cuyo hobby era plantar árboles en el enorme patio de su casa. Observaba de mi ventana su esfuerzo por plantar árboles y más árboles, todos los días. Lo que más llamaba mi atención era que él jamás regaba las plantas que sembraba. Pasé a notar, después de algún tiempo, que sus árboles estaban demorando mucho en crecer.

Cierto día, resolví entonces aproximarme al médico y le pregunté si él no tenía recelo de que las plantas no creciesen, pues percibía que él nunca las regaba. Fue cuando, con un aire orgulloso, el me describió su fantástica teoría.

Me dijo que si regase sus plantas, las raíces se acomodarían en la superficie y quedarían siempre esperando por el agua fácil, que venía de arriba. Como él no las regaba, los árboles demorarían más para crecer, pero sus raíces tenderían a migrar para lo más profundo, en busca del agua y de las varias nutrientes encontradas en las camadas más inferiores del suelo. Así, según el, los árboles tendrían raíces profundas y serían más resistentes a las interperies.

Esa fue la única conversación que tuve con mi vecino. Tiempo después fui a vivir a otro lugar, y nunca más lo encontré. Varios años después, fuí a dar una mirada a mi antiguo vecindario. Al aproximarme, noté un bosque que no había antes. ¡¡Mi antiguo vecino, había realizado su sueño!!.

Lo curioso es que aquel era un día de un viento muy fuerte y helado, en que los árboles de la calle estaban arqueados, como si no estuviesen resistiendo al rigor del invierno. Sin embargo, al aproximarme al patio del médico, noté como estaban sólidos sus árboles: prácticamente no se movían, resistiendo implacablemente aquel fuerte viento.

Que efecto curioso, pensé… Las adversidades por las cuales aquellos árboles habían pasado, habiendo sido privados de agua, parecía que los había beneficiado de un modo que el confort y el tratamiento más fácil jamás lo habrían conseguido.

Todas las noches, antes de acostarme, doy una mirada a mis hijos. Frecuentemente rezo por ellos para que sus vidas sean fáciles. Pero ahora pienso que es hora de cambiar mis oraciones, porque sé que mis rezos para que las dificultades no ocurran son muy ingenuas. Siempre habrá una tempestad en algún momento de nuestras vidas. Por tanto, al contrario de lo que siempre he hecho, pasaré a rezar para que mis hijos crezcan con raíces profundas, de tal forma que puedan retirar energía de las mejores fuentes, de las más divinas, que se encuentran siempre en los lugares más difíciles.

En verdad lo que necesitamos hacer es pedir para desenvolver raíces fuertes y profundas, de tal modo que cuando las tempestades lleguen y los vientos helados soplen, resistamos bravamente, en vez de que seamos subyugados y barridos.

Autor desconocido

Triunfadores

A veces los triunfadores no son aquellos a los que todo el mundo aplaude y reconoce. No son los que construyeron grandes obras, dejaron constancia de su liderazgo o viajaron en primera clase. A veces los triunfadores no son los administradores geniales, ni los visionarios del futuro o los grandes emprendedores. Por ello, tal vez no los reconoceríamos en medio de tanto pensador, filósofo o tecnólogo, que supuestamente conducen a este mundo por la senda del progreso.

A veces el triunfador no es el negociador internacional, o el hacedor de empresas de clase mundial o el deslumbrante estadista que asiste a reuniones cumbre. No es el que se afana por exportar mucho, sino el que todavía se importa a sí mismo.

Porque el triunfador puede ser también el que calladamente lucha por la justicia, aunque no sea un gran orador o un brillante diplomático. El triunfador puede ser igualmente el que venció la ambición desmedida y no fue seducido por la vanidad o el poder. Es triunfador el que no obstante que no viajó mucho al extranjero, con frecuencia hizo travesías hacia el interior de sí mismo para dimensionar las posibilidades de su corazón.

Es el que quizás nunca alzó soberbio su mano en el podium de los vencedores, pero triunfó calladamente en su familia y con sus amigos y los cercanos a su alma. Es, quizá, el que nunca apareció en las páginas de los periódicos, pero sí en el diario de Dios; el que no recibió reconocimientos, pero siempre obtuvo el de los suyos; el que nunca escribió libros, pero sí cartas de amor a sus hijos y el que pensó en redimir a su país a través de la asfixiante aventura de su trabajo común y rutinario y aquel que prefirió la sombra, porque, finalmente, es tan importante como la luz.

A veces el triunfador no es el que tiene una esplendorosa oficina, ni una secretaria ejecutiva, ni posee tres maestrías; no hace planeación estratégica ni elabora reportes o evalúa proyectos, pero su vida tiene un sentido, hace planes con su familia, tiene tiempo para sus hijos y encuentra fascinante disfrutar de la hermosa danza de la vida.

A veces el triunfador no es el que pasa a la historia, sino el que hace posible la historia; el que encuentra gratificante convencer y no sólo vencer y el que de una manera apacible y decidida lucha por hacer de este mundo un mejor lugar para vivir. El que sabe que aunque sólo vivirá una vez, si lo hace con maestría, con una vez le bastará. A veces el triunfador no tiene que ser el que construyó grandes andamiajes y estructuras administrativas, pero supo cómo construir un hogar; no es el que tiene un celular, pero platica con sus hijos, no tiene email, pero conoce y saluda a sus vecinos, no ha ido al espacio exterior, pero es capaz de ir hacia su espacio interior y sin haber realizado grandes obras arquitectónicas, supo construirse a sí mismo y fue, como dice el poeta, el cómplice de su propio destino.

A veces el triunfador suele ser Teresa de Calcuta, o Francisco de Asís o Nelson Mándela, o tal vez la enfermera callada, el obrero sencillo y el campesino olvidado, porque como personas triunfaron sobre la apatía o el desencanto y con su esfuerzo cotidiano establecieron la diferencia.

A veces el triunfador puede ser el carpintero pobre de un lugar ignorado, o una mujer sencilla de pueblo o un niño humilde que nació en un pesebre, porque no había para él lugar en la posada...

A veces el triunfador, puedes ser tú si así lo piensas y te lo propones.


Martín Romero